21 octubre 2012

Cortázar

                     Pero ya no te puedo hablar de estas cosas, digamos que todo se acabó y que yo ando por ahí vagando, dando vueltas, buscando el norte, el sur, si es que lo que busco. Si es que lo busco. Pero si no lo buscara, ¿Qué es esto?. Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás.

                  Y por qué no habría de amar a la Maga y poseerla bajo decenas de cielos rasos a seiscientos francos, en camas con cobertones deshilachados y rancios, si en esa vertiginosa rayuela, en esa carrera de embolsados yo me reconocía y me nombraba. Y marcando las horas y los minutos las sacrosantas obligaciones castradores, en un aire donde las últimas ataduras iban cayendo y el placer era el espejo de reconciliación, espejo para alondras pero espejo, algo como un sacramento de ser a ser, danza en torno al arca, avance del sueño boca contra boca, a veces sin desligarnos, los sexos unidos y tibios, los brazos como guías vegetales, las manos acariciando aplicadamente un muslo, un cuello...

             No, viejo, hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos, pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.
Crevel desconfía y lo comprendo. Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Todo esto se lo estoy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos o llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más  yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos. Hay ríos metafísicos, yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo.

                   Y pronto la pena, pronto el orden mentido de estar solo y recobrar la suficiencia, la egociencia, la conciencia. Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lástima de algo, de que llueva aquí dentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas, sí, por fin a cosas vivas.

18 octubre 2012

Esto es tan simple que no necesita título


Las lágrimas se volvieron
una herramienta antigua
de expresión.

Aunque huelan a viejas
mis palabras,
a pesar de la sonoridad
cansina de los sueños
de muchas de mis noches,
Aburrida ya
esta angustia,  aún así,
Pequeño indio,
cómo te digo,
cómo te lo beso ya
Cómo te ruego
que
 Te quiero.

Clavada en el alma como el día primero
la terrible pregunta del
Qué
a esos poemas
que hablaban
 de eternidad y unicidad.
No te engañes, no exijo.
Sólo es la obviedad hiriente
de no poder creer en el nosotros,
particular familia.
Incapacidad es poca
de confiar en ninguna otra.
Pues conociendo que lo especial
tiene la horrorosa costumbre de no ir en aumento
y
sabiendo que tú
y yo
eramos simplemente eso
Tú y yo.
¿Qué queda?

Estoy leyendo
tus miles de palabras
que hablan de mi huida.

La vuelta no cabe
y
juro que
apretaría
el gatillo.