Voy a intentar, esta vez en prosa y escasamente embellecido, comprender qué ha ocurrido en todo esto:
Eramos desconocidos coincidentes. Fue tan lindo esos primeros pasos, cuando miraba a mi lado y había una compañera, ¡y sin esperar nada! La amistad más poderosa transcurría, mientras nuestras pasiones se escondían bajo los ojos.
Nos decíamos, y ya me hubiese gustado, cuando amabamos, nos acostábamos, y dormíamos juntos, que seguíamos siendo amigos, buenos amigos. Pero, para bien, durante un año y medio, y tristemente para mí, al terminar así, la amistad fue envejeciendo, y llenándonos de lazos, en nuestras mentes, sexos, y corazones, y nos consolábamos repitiéndonos, autoafirmándonos, que eramos solo amigos.
Ya era amor, un amor antiguo, que ambos, reacios al principio, acabamos aceptando, con una felicidad sin igual. Nos transformamos en un puzle de dos piezas. No estuvo bien, pero es innegable.
Así fue hasta estos días, entonces, fuimos abriéndonos al mundo, y tu comenzaste a darte cuenta de que no estamos hechos para volcarnos en una única persona, que debemos sembrarnos en el alma de mucha gente.
Y de pronto, tú supiste desatarte de esos lazos. Y el motivo por el que doy fe de ello, porque no contaste conmigo a la hora de hacerlo. Olvidabas que yo aquellas noches te esperaba con el mismo amor envejecido que teníamos antes ambos, y tú disimulabas, como quien siempre hubiese vivido en la amistad.
Estuvo mal haberlo hecho. Aun así, admítelo, te amaba y me amabas, como se aman la luna y la marea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario